Cómo afectan los alimentos procesados a la salud de nuestra microbiota intestinal

Nuestro cuerpo se encuentra, en su estado natural, colonizado por una gran cantidad de microorganismos que han encontrado en él, el lugar donde establecer sus comunidades. Esta basta cantidad de seres vivos microscópicos aportan una importante carga genética y metabólica que puede ser aprovechada, en mayor o menor medida por nuestro organismo y, que, según su concentración, variabilidad, interacciones con nuestros sistemas y presencia de cepas específicas con funciones concretas, nos reportarán una serie de beneficios para nuestra salud.

Es lo que se conoce como microbiota (o microbioma si además tenemos en cuenta los genomas y productos metabólicos de los microorganismos que la forman) la cual realiza funciones clave para nuestra salud. Dentro de nuestro organismo, encontramos diferentes microbiotas, algunas más desconocidas que otras, y no hay microbiota más intensamente estudiada por su implicación en nuestro estado de salud, que la microbiota intestinal. Aunque en un principio se la conocía como flora bacteriana, esta denominación entró en desuso en 2014, por no reflejar de forma adecuada la importancia y actividad de estas comunidades que hospedamos en nuestro organismo.

Podemos decir que la microbiota se encuentra ahora en el centro de todas las miradas, habida cuenta de su vinculación con patologías y estados fisiológicos como los trastornos alérgicos, estrés, depresión, infecciones gastrointestinales, obesidad, respuesta inmunitaria, y un largo etcétera que se amplía día a día con nuevos estudios que nos permiten conocer con mayor profundidad este rico universo que habita en nuestro interior.

¿Cuál es el origen de nuestra microbiota?

Aunque parezca que se trata de una moda actual, la microbiota no es ni mucho menos algo novedoso. Todos los seres vivos poseen su propia microbiota. Animales y vegetales coexistirán durante toda su vida con poblaciones de microorganismos que en unos casos actuarán de forma simbionte (aportando beneficios a su hospedador), parasitaria (si el organismo hospedador se ve perjudicado por la acción de su microbiota) o comensal (si el hospedador no se ve afectado de forma alguna, ni positiva ni negativamente, por la presencia o actuación de su microbiota). En este sentido, la microbiota humana es tan antigua como el ser humano y ha evolucionado conjuntamente a nosotros, de forma que nuestro sistema inmunitario ha aprendido a expulsar aquellos componentes que nos causaban daño y a conservar aquellos microorganismos de los que podíamos obtener determinados beneficios o que aportaban determinadas cualidades a nuestra salud.

En esta relación evolutiva entre la microbiota y su hospedador ha jugado un papel protagonista nuestra alimentación. Los alimentos tradicionalmente han sido de por sí una fuente de microorganismos que podían incorporarse a nuestra microbiota, tanto para ocasionarnos infecciones como para enriquecer la composición de nuestra microbiota. No es el único origen, pero sí uno de las más importantes. Los grandes avances en alimentación en la historia de la humanidad, como la aparición de la agricultura y la ganadería en el neolítico, la revolución industrial y sistema de potabilización de aguas, el descubrimiento de los antibióticos y sistemas de asepsia como la pasteurización, etc, han provocado un cambio significativo en la composición de nuestra microbiota. Mención especial merece en la historia de nuestra relación con los microorganismos, la introducción en nuestra alimentación de productos fermentados de forma natural (lácteos fermentados, alimentos cárnicos de curación natural, conservas encurtidas tradicionales, etc) que han incrementado el aporte a nuestra dieta de microorganismos vivos beneficiosos para nuestra salud, siendo este el verdadero origen de los probióticos.

Un segundo factor que hace determinante la alimentación en la composición y el estado de nuestra microbiota es que los microorganismos que la forman se alimentan también de aquello que nosotros ingerimos. Las bacterias que pueblan nuestra microbiota son capaces de digerir las fibras vegetales presentes de forma natural en la mayoría de alimentos de origen vegetal y que nuestro organismo no es capaz de digerir. Gracias a las bacterias que metabolizan estas fibras complejas en productos asimilables por nuestro organismo como los ácidos grasos de cadena corta (AGCC o SCFA por sus siglas en inglés), podemos no solo mejorar el aporte energético de los alimentos que consumimos, sino que además estos compuestos como el butirato participarán en la regulación del sistema inmunitario, tienen efectos antiinflamatorios, antitumorales e incluso antimicrobianos.

¿Cómo afecta nuestra alimentación a la microbiota intestinal?

La industrialización de la alimentación en la que estamos inmersos y en la que se ha eliminado la carga de microorganismos de los alimentos mediante fermentaciones químicas y esterilizaciones, y con una gran presencia en aumento de alimentos ultraprocesados ricos en conservantes y que en cuyo proceso de fabricación se han eliminado o desnaturalizado las fibras vegetales naturales, han provocado que nuestra microbiota intestinal cambie de perfiles ricos en Firmicutes propios de dietas ricas en fibras y bajas en proteínas y grasas de origen animal, a perfiles con predominancia de Bacteroides, muy especialmente en entornos urbanos y que se ha venido relacionando con patologías digestivas como el desarrollo de diabetes y trastornos de tipo inmune como alergias.

Una dieta con un aporte excesivo en grasas, además de producir enfermedades cardiovasculares y metabólicas, altera la composición de la microbiota intestinal, favoreciendo aquellas especies capaces de sobrevivir a los ácidos y sales biliares. Se genera una reducción drástica en la variabilidad de nuestra microbiota que repercutirá en un aumento de procesos de inflamación intestinal crónicos, aumentando la permeabilidad de la barrera intestinal, y dejando acceso al torrente sanguíneo a gran cantidad de toxinas que se acumularán en hígado y riñones provocando el fallo de estos órganos.

De forma similar, una dieta rica en proteínas de origen animal también afecta a la composición del microbioma intestinal, por producirse en su metabolización microbiana gran cantidad de indoles, fenoles, amoniaco y otras aminas que en combinación con óxido nítrico formarán compuestos nitrosos genotóxicos o mutagénicos relacionados con la aparición de cáncer colorectal.

¿Cómo mejorar el estado de la microbiota intestinal?

Esta tendencia en la alimentación está provocando la pérdida de especies en la microbiota intestinal, reduciendo su variabilidad en favor de componentes que están estrechamente relacionados con patologías concretas. Una extinción de componentes de nuestra microbiota, que se ve especialmente acentuada en entornos urbanos de países con un alto grado de industrialización. Sin embargo, es posible revertir esta situación y con ello regresar a un estado más natural de nuestra microbiota intestinal, con mayor variabilidad y equilibrado, introduciendo cambios en nuestra alimentación. No se trata tanto de eliminar aspectos de nuestra dieta sino de incorporar una mayor presencia y variabilidad de alimentos naturales de origen vegetal. En este sentido, la dieta mediterránea tradicional ha demostrado tener beneficios en el estado de la microbiota intestinal, confirmando que una dieta diversa favorece la estabilidad de la microbiota.

Debido a lo complicado que resulta realizar un cambio en los hábitos alimentarios de la población, manteniendo el ritmo y hábitos de consumo que tenemos actualmente, se están popularizando cada vez más el consumo de complementos alimenticios especialmente formulados para enriquecer nuestra microbiota. Productos como los Prebióticos (con alto contenido en extractos de fibras vegetales metabolizables por nuestra propia microbiota para favorecer su crecimiento) o como Probióticos (cepas vivas seleccionadas por sus especiales características, capaces de enriquecer nuestra microbiota con estos nuevos componentes, que podrán integrarse en nuestra microbiota y que aportados de forma adecuada en modo y cantidad pueden conferir determinados beneficios a la salud del consumidor), están demostrando ser recursos perfectamente válidos para acercarnos al estado natural de nuestra microbiota cuando un retorno a una alimentación más variada y tradicional resulta poco factible.

Bibliografía:

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