¿Cómo funciona el sistema inmunitario? Repasamos los primeros mecanismos de defensa de nuestro organismo

¿Cómo se defiende nuestro cuerpo de los microorganismos que pueden producir enfermedades?

Imaginemos que somos soldados griegos de la antigüedad o soldados de infantería en la Edad Media asediando Troya o Jerusalén. Cuando miramos a la ciudad sitiada, nuestra vista se encuentra con una barrera alta, dura y con pocos puntos de entrada: la muralla que la rodea. Para un microorganismo, esa muralla en el cuerpo humano es primordialmente la piel. Se trata de una estructura defensiva formada por una capa dura que no permite el paso al interior de nuestro cuerpo de los microorganismos que nos acechan y que, estirada, tiene una superficie de unos 30 m2 por término medio, equivalente a 30 televisores de 55 pulgadas. Por eso cuando nos hacemos una herida o nos rozamos y nos hacemos un buen raspón es preciso desinfectarlos bien, porque bajamos un puente levadizo que permite la entrada de los microorganismos que pueden crecer en nuestro interior produciendo enfermedades. Sin embargo, la piel cambia continuamente perdiendo células que caen y quedan por donde pasamos: en el sofá, en las mesas, en el suelo, en el desagüe después de lavarnos… Imaginaos que a la muralla de una ciudad se le fueran cayendo las piedras que la forman… ¡pero porque las empujan otras piedras nuevas que se ponen en su lugar desde dentro! Imaginad también que algún soldado ha conseguido agarrarse a alguna de esas piedras y trepa por la muralla. Si la piedra cae, el soldado también. Pues es lo mismo que nos ocurre: parte de los microorganismos que se adhieren a las células de nuestra piel es eliminada por la propia descamación.

Sin embargo, a pesar de ser una estructura continua, existen algunos huecos en ella por los que asoman pelos o se secretan algunas sustancias que tienen funciones de defensa precisamente frente a los microorganismos: el sudor, sustancias sebáceas, lípidos epidérmicos y péptidos antimicrobianos.

¿Qué sustancias secreta nuestra piel? ¿Cómo funcionan?

El sudor es una solución acuosa que contiene cloruro sódico, ácido láctico y pirúvico (que, dependiendo de sus proporciones, le dota de un pH principalmente ácido), urea, amoniaco, fosfato, potasio, algunas proteínas (entre las que se encuentran algunos anticuerpos y péptidos antimicrobianos) y productos de desecho. Sin embargo, la composición y las proporciones en ese sudor no son uniformes: varían en función de diversas circunstancias como la etapa de la vida, los alimentos que ingerimos, el metabolismo de cada persona o la cantidad de sudor que producimos. La cantidad de sudor producida depende de la cantidad de ejercicio físico y la temperatura externa oscilando entre, aproximadamente, un litro diario en reposo hasta incluso 10 litros cuando llevamos a cabo un ejercicio intenso. El sudor aparece a través de unos “huecos” en la piel que son la salida de las glándulas sudoríparas. El número de esos “huecos” en la piel oscila entre los 100 y 200 por cm2, llegando a ser de 600 en las palmas de las manos o pies.

A la vez que se produce esa secreción acuosa a través de los orificios que dan salida a las glándulas sudoríparas, hay otros “huecos” en la muralla formada por la piel por los que salen los pelos. Se trata de la salida de las glándulas sebáceas que secretan un conjunto de sustancias oleosas conocidas como sebo. El sebo tiene una composición media aproximada de un 60% de triglicéridos, un 25% de ceras, un 15% de escualeno, un 2% de colesterol y pequeñas proporciones de proteínas. Al igual que con el sudor, la producción de sebo depende de muchos aspectos como la nutrición, el estado hormonal, la edad o la higiene. Dependiendo de la zona del cuerpo, la cantidad producida por cm2 puede llegar a ser hasta de 1 mg diario.

Por último, los péptidos antimicrobianos son proteínas que son secretadas de manera preventiva por varios tipos de células de la piel, así como por las glándulas sebáceas y sudoríparas y por algunas células del sistema inmunitario, de tal manera que se genera una especie de escudo químico antimicrobiano. Son más de 20 tipos distintos que tienen actividad antimicrobiana pero también actúan como reguladores del sistema inmunitario y como cicatrizantes.

Usando la analogía de la ciudad sitiada, el sudor y las sustancias sebáceas actuarían como líquidos que ahogarían a los microorganismos de manera similar al foso que rodea a la muralla mientras que los péptidos antimicrobianos se asemejarían al aceite hirviendo que se vertería desde lo alto de aquella para acabar con los asaltantes.

Ahora bien, hemos hablado de microorganismos en la piel. Entonces … ¡¡hay microorganismos en nuestra piel!! ¡¡Esto es terrible!! ¡¡Estamos rodeados!! Pues sí, estamos rodeados, pero no hay que alarmarse en exceso. No hay un centímetro cuadrado de nuestra piel en la que no haya algún microorganismo. Y la razón es que somos una superficie sobre la que estos seres se pueden depositar, adherir, vivir y prosperar sin más límite que el que impone la descamación de nuestras células epiteliales, el sudor, las sustancias sebáceas que secretamos, los péptidos antimicrobianos, junto con la higiene personal de cada uno.

Sin embargo, no debemos contemplar a los microorganismos exclusivamente como agentes causantes de infecciones. Los microorganismos residen sobre nuestro cuerpo porque les proporcionamos un sitio razonablemente confortable para multiplicarse de manera controlada. Es como si hubiera un pacto tácito de no agresión entre ambas partes. En tanto en cuanto estas defensas inespecíficas de las que acabamos de hablar controlen un posible exceso de crecimiento de los microorganismos que viven sobre nuestras superficies, la paz está asegurada. A ese conjunto de microorganismos residentes se le denomina microbiota y es distinta en función de la localización.

Pero, ¡ojo!, esto no debe ser una excusa para reducir las veces que nos lavamos las manos a diario: la higiene hay que mantenerla. La higiene ha sido uno de los factores más importantes que han permitido la reducción del número de muertes por enfermedades infecciosas, incluso más que el uso de antibióticos.

Los microorganismos realizan funciones importantes en nuestra salud

Un momento. Acabamos de decir que los microorganismos de la microbiota reciben el beneficio de poder vivir sobre nuestra piel siempre y cuando no se solivianten. Pero, ¿qué recibimos nosotros a cambio? ¿¿Nada?? Es decir, ¿son unos aprovechados que viven a nuestra costa? Pues realmente, sí recibimos algo a cambio y no hemos sido plenamente conscientes de ello hasta hace aproximadamente 25 años. Simplificando, la microbiota que vive sobre nuestra piel nos proporciona beneficios primordialmente desde dos puntos de vista: uno, ocupacional y, dos, como entrenamiento.

La microbiota de nuestra piel ocupa su superficie impidiendo que otros microorganismos, probablemente más dañinos, intenten aposentarse en ella. Es decir, ocupa zonas que son atractivas para esos otros microorganismos pero que, por su mera presencia, impiden su adhesión al estar tapizada la superficie. Además de usar esta estrategia para defenderse de posibles competidores, también la microbiota secreta péptidos antimicrobianos denominados bacteriocinas que inhiben el crecimiento de los posibles microorganismos asaltantes que consiguen adherirse a la piel. Estos péptidos son muy variados y también modulan la composición de la microbiota, ayudan en la cicatrización y regulan la inflamación, al igual que los péptidos que produce la propia piel.

En segundo lugar, algunos microorganismos de la microbiota son capaces de acceder al interior de la piel a través de los orificios abiertos en ella como las salidas de los pelos y las glándulas sudoríparas. Esta entrada está muy controlada y aquellos microorganismos que son capaces de acceder ayudan al sistema inmunitario a entrenarse frente a posibles agentes patógenos microbianos mediante el aprendizaje en el reconocimiento de sus estructuras. Por seguir con la analogía se trataría de los espías que transmiten información secreta sobre otros enemigos externos a los habitantes de la ciudad sitiada. Así pues, la microbiota no está formada por microorganismos que meramente pasaban por allí, sino por microorganismos que cooperan con la propia piel para conseguir una relación estable y saludable.

En definitiva, podríamos describir a la piel como una muralla que impide, en la mayoría de las ocasiones, que diversos ejércitos enemigos puedan penetrar merced a las defensas estructurales (la dureza de la piel), químicas (ácidos o antimicrobianos) y biológicas (la microbiota) que aquella posee.

De la misma manera, existen otros sistemas de defensa en otras zonas del cuerpo que permiten mantener una microbiota propia, pero esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.